Esta imagen fue creada por la IA copilot y expandida luego con la IA de canva para ser utilizada como wallpaper para android.
También, como ya es habitual, he usado la imagen para inspirarme y crear una historia con ella, como muestra que los hivers pueden inspirarse de las imágenes que voy subiendo para crear sus cuentos.
La historia que cree en esta ocasión dice así:
Bajo el Manto de las Estrellas
Había pasado tanto tiempo desde que Ana partió hacia aquella lejana escuela internada en tierras desconocidas. La madre, María, había despedido a su hija con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. La oportunidad era única, pero el corazón de María se había quedado atrapado en el abrazo de despedida.
Cada noche, María miraba al cielo estrellado desde el jardín de su casa. Las mismas estrellas que Ana también veía desde su ventana en aquel país distante. Las estrellas se convirtieron en su conexión secreta, en el hilo invisible que las mantenía unidas a pesar de la distancia.
Ana, con su diploma en mano, decidió sorprender a su madre. No había avisado su regreso; quería ver la expresión de asombro en el rostro de María. Así que, en una noche sin luna, Ana llegó silenciosamente a la casa familiar. El jardín estaba tan hermoso como lo recordaba: las flores de colores vibrantes, el aroma a tierra húmeda y el susurro del viento entre las hojas.
María, sentada bajo el cielo estrellado, no podía imaginar lo que estaba a punto de suceder. Sus pensamientos vagaban entre recuerdos y esperanzas. ¿Qué estaría haciendo Ana en este momento? ¿Habría logrado su sueño de graduarse con honores?
Fue entonces cuando algo cambió en el aire. Un susurro, un aroma familiar. María se puso de pie, sintiendo que el corazón le latía en la garganta. Y allí, emergiendo de las sombras del jardín, estaba Ana. Sus ojos brillaban con la emoción contenida, y su sonrisa era un reflejo de todas las alegrías y tristezas que habían compartido.
"¡Mamá!", exclamó Ana, y corrió hacia ella. María apenas podía creerlo. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras abrazaba a su hija. El tiempo se detuvo en ese momento mágico bajo las estrellas centelleantes. Ana había vuelto a casa.
"¿Por qué no me avisaste?", preguntó María entre risas y sollozos.
Ana se encogió de hombros. "Quería verte sorprendida", respondió. "Y lo logré".
María acarició el cabello de su hija. "Eres una traidora", bromeó. "Pero eres mi traidora favorita".
Las dos se sentaron en el banco del jardín, mirando al cielo. Las estrellas parecían más brillantes esa noche, como si también celebraran el reencuentro. Ana contó historias de su vida en el extranjero, de las amistades que había hecho y de las lecciones que había aprendido.
María escuchaba con atención, asombrada por la madurez de su hija. Ana había crecido, pero seguía siendo su pequeña. Y en ese abrazo, en esa noche de estrellas y secretos compartidos, María supo que todo había valido la pena.
El mundo era vasto y desconocido, pero el amor de una madre y una hija era más grande que cualquier distancia. Y así, bajo el manto de las estrellas, Ana y María se prometieron no volver a separarse nunca más.