¡Mi pana! ¿Tú sabes que en los montes de Venezuela, allá donde los árboles se abrazan con el cielo y las hojas susurran secretos, vivían unos bichitos bien peculiares? Los llamaban los “Guardianes de la Memoria”.

Y no, no eran superhéroes ni nada por el estilo, pero tenían un poder bien especial: cuidaban los recuerdos como si fueran tesoros.

Un día, en medio del bosque, se armó un peo. Sí, un peo de esos que te hacen pensar en la vida y todo eso. Don Agustín, un oso hormiguero viejito, tenía una colección de recuerdos en su madriguera.

Cada recuerdo era como una pepita de oro: algunos brillaban como el sol en pleno mediodía, y otros eran más oscuros que la noche sin luna.

Don Agustín se sentó con sus panas: el colibrí, la tortuga y el jaguar. Se armaron un chinchorro en el claro del bosque, y el viejo oso hormiguero empezó a hablar:

“Mi gente, los recuerdos son como las arepas: hay de todo. Algunos son dulces como el papelón con limón, y otros son más amargos que un guayoyo frío. Pero todos tienen su rollo”.

El colibrí, con su plumaje brillante, preguntó: “¿Por qué a veces los recuerdos nos ponen tristes, mi pana?”

Don Agustín se rascó la cabeza con su garra y dijo: “Mira, chamo, los recuerdos no son solo fotos viejas en un álbum. Son lecciones pa’ la vida.

Cuando te acuerdas de las vainas difíciles, es como cuando te comes un pimentón: agridulce, pero necesario”.

La tortuga, con su caparazón duro como un casabe, metió la cucharada: “¿Y qué pasa con los amores perdidos, Don Agustín?”

El oso hormiguero sonrió con sus dientes chuecos: “Los amores son como las cachapas. Algunos son como la mantequilla derretida, llenos de calorcito y esperanza. Otros son como el queso rallao’, fríos y sin sabor.

Pero todos te enseñan algo. Si tienes palabras pendientes con alguien que amaste, échales el cuento ahora, antes de que se te escape como un tigrillo en la selva”.

El jaguar, con sus manchas doradas, preguntó: “¿Cómo revivimos los recuerdos buenos, Don Agustín?”

El viejo oso hormiguero cerró los ojos y se puso a recordar: “Cierra los ojos, respira profundo y viaja al pasado. Imagina esos momentos felices: el olor a piña colada, la risa de un pana, el sol quemándote la piel.

Luego, trae esa emoción pa’ hoy. Sonríe, porque esos recuerdos son como un río de chicha fresca que te refresca el alma”.

Los Guardianes de la Memoria escucharon atentos, y juraron cuidar sus recuerdos como si fueran hallacas en diciembre.

Aprendieron que los recuerdos no eran solo pa’ atormentarse, sino pa’ aprender y crecer.

Como decía Don Agustín, “los recuerdos son como las cachapas: los buenos te llenan el corazón, y los malos… bueno, esos los dejas pa’ las gallinas”.

Así que ya sabes, mi pana, cuando te acuerdes de algo, dale las gracias al universo.

Porque esos recuerdos son los hilos que tejen tu historia, y tú eres el protagonista de esta vaina.

¡Vuela alto como un cóndor y vive tus recuerdos con ganas!