Johanna's Decisions (English/Spanish)

Johanna met Edgar at a small art exhibition in the town where they both lived. The place was nothing splendid, an ordinary shed with dim lights and old paint on the walls. But any place was a verse of poetry for Johanna, who at the time was a passionate, life-thirsty young artist. Edgar stood in a corner of the room with his simple production of earthenware cups. A miserable potter with a blank stare, but when Johanna saw him some magnetism drew her straight to his stand of idleness. Perhaps that moment would have been the perfect opportunity to turn away, perhaps to turn her attention to other stands, with more interesting and creative work. But Johanna had a predilection for lost causes.

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It had been five years since that first meeting. And Johanna that afternoon was going over her memories and deeply flagellating herself for the decisions she didn't make. She watched Edgar prepare lunch in the kitchen of her small apartment, with the sour gesture with which he dressed his face every morning. Johanna thought Edgar hated her, as much as she hated him. She was pulled out of her reverie by the sweet voice of her little son, she didn't know what he was saying to her, but she smiled as best she could, that tender little face had become three years ago the only reason to live.

While holding her little son in her arms, she continued to watch Edgar, who also discreetly watched her every time she turned around in the kitchen. Johanna noticed how Edgar began to breathe harder, she hated that her son was so attached to her, she wished she could punish her too, with her son's contempt, but that was not in her hands. The little boy, barely three years old, was their son, and in his tender innocence, he was not very aware of what was going on between his two parents.

Johanna kept reminiscing, trying to recognize at what point she had fallen into the trap she now found herself in. Her life had become a pitiful prison and her cellmate was becoming more threatening by the day. She was constantly overcome with the strong desire to run away, but she tortured herself with the thought that she had missed the opportunity to run five years ago. At that moment she remembered Edgar's gentle smile at the art exhibition stand - maybe that was it - thought Johanna, the first encounters had been beautiful. And that, in a city drowning in tribulations and violence, was like getting a drink of water in the desert.

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She felt sorry for herself, she had become an artist of self-pity. She wanted to cry for herself, for the young artist she once was, she wanted to pick her up off the floor; where she had long since lain sprawled, at the feet of the gray woman she had become. But at that moment Edgar growled to tell her that lunch was served. She hated it again, hated it when Edgar deliberately ripped her away from her symbolic funerals.

The three of them sat at the table. Their little son ate quietly, both of them watching him, in case he needed help at any time. Johanna looked at her plate, realized that lunch was pasta. She hated the pasta that Edgar prepared. At the first bite she hated it more, overcooked as always, the wheat dough stuck in her teeth. She imagined that a piece of Edgar was in the food she had cooked, so she began to chew hard, reenacting in her head how she was tearing Edgar's body apart with each bite. He made noise with his mouth as he chewed, this also brought him satisfaction. Especially since she knew how much Edgar hated this, who was looking at her bitterly out of the corner of his eye.

Edgar finished before she did, his little son had also finished. They both left the table and Johanna was left alone, snorting the last bites of that bad meal. While the dough stretched like chewing gum between her teeth, Johanna kept thinking about how sad she was. She imagined for a moment a different life, the same life she had imagined five years ago, the first time she had a date with Edgar. With that seemingly charming man, with the kind smile and engaging conversation; who in a short time had blurred to show what he really was.

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Johanna closed her eyes, tears escaped from them and quickly flooded her face. She felt contempt for herself, for having fallen in love with the least sharp tool in the shed.

Las decisiones de Johanna (Ingles/Español)

Johanna conoció a Edgar en una pequeña exposición de arte en la ciudad donde ambos vivían. El lugar no era nada esplendido, un vulgar galpón de luces mortecinas y pintura vieja en las paredes. Pero cualquier lugar era un verso de poesía para Johanna, que en ese momento era una joven artista apasionada y sedienta de vida. Edgar permanecía en un rincón de la estancia con su sencilla producción de tacitas de barro. Un alfarero miserable con la mirada perdida, pero cuando Johanna lo vio algo de magnetismo la llevo directo a su stand de desidia. Quizás ese momento habría sido la oportunidad perfecta para darse vuelta, tal vez haberle dedicado su atención a otros stands, con trabajos más interesantes y creativos. Pero Johanna tenía una predilección por las causas perdidas.

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De este primer encuentro ya habían pasado 5 años. Y Johanna esa tarde repasaba sus memorias y se flagelaba profundamente por las decisiones que no tomo. Miraba a Edgar preparar el almuerzo en la cocina de su pequeño apartamento, con el gesto agrio con el que vestía su cara cada mañana. Johanna pensó que Edgar la odiaba, tanto con ella a él. La extrajo de su ensimismamiento la dulce voz de su pequeño hijo, no supo que le decía, pero sonrió como pudo, aquella carita tierna se había convertido hacía tres años en la única razón por la que vivir.

Mientras sostenía a su pequeño hijo en brazos, siguió viendo a Edgar, este también la veía discretamente a ella cada vez que se daba la vuelta en el quehacer de la cocina. Johanna se dio cuenta cómo Edgar comenzaba a respirar más fuerte, odiaba que su hijo fuera tan apegado a ella, ojala pudiera castigarla también así, con el desprecio de su hijo, pero aquello no estaba en sus manos. El pequeño de apenas tres años era hijo de ambos, y en su tierna inocencia, no estaba muy consciente de lo que pasaba entre sus dos progenitores.

Johanna siguió recordando, tratando de reconocer en que momento había caído en la trampa en la que ahora se encontraba. Su vida se había convertido en una lamentable prisión y su compañero de celda cada día era más amenazante. Constantemente la invadía el fuerte deseo de salir corriendo, pero se torturaba pensando que la oportunidad de correr la había perdido cinco años atrás. En ese momento recordó la gentil sonrisa de Edgar en el Stand de la exposición de arte – tal vez fue eso – pensó Johanna, los primeros encuentros habían sido hermosos. Y eso, en una ciudad ahogada en tribulaciones y violencia, era como conseguir un trago de agua en el desierto.

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Sintió pena de sí misma, se había convertido en una artista de la autocompasión. Quiso llorar por sí misma, por la joven artista que una vez fue, quiso recogerla del piso; donde hacía tiempo yacía tirada, a los pies de la mujer gris en la que se había convertido. Pero en ese momento Edgar gruño para indicarle que el almuerzo estaba servido. Lo odio nuevamente, detestaba cuando Edgar la arrancaba deliberadamente de sus funerales simbólicos.

Se sentaron los tres a la mesa. Su pequeño hijo comía tranquilo, ambos lo miraban, por si en algún momento necesitaba ayuda. Johanna miro su plato, se dio cuenta de que el almuerzo era pasta. Odiaba la pasta que preparaba Edgar. En el primer bocado la odio más, sobrecosida como siempre, la masa de trigo se pegó en sus dientes. Se imaginó que un pedazo de Edgar estaba en la comida que había cocinado, así que comenzó a masticar con fuerza, escenificando en su cabeza como destrozaba el cuerpo de Edgar en cada mordida. Hacia ruido con la boca al masticar, esto también le traía satisfacción. Sobre todo porque sabía cuánto odiaba esto Edgar, quien la miraba amargamente con el rabillo del ojo.

Edgar termino antes que ella, su pequeño hijo también había terminado. Ambos abandonaron la mesa y Johanna se quedó sola, rumeando los últimos bocados de aquella mala comida. Mientras la masa se estiraba como un chicle entre sus dientes, Johanna siguió pensando en lo triste que estaba. Imagino por un momento una vida distinta, la misma vida que había imaginado hace cinco años, la primera vez que tuvo una cita con Edgar. Con ese hombre aparentemente encantador, de sonrisa amable y conversación envolvente; que en poco tiempo se había desdibujado para mostrar lo que era realmente.

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Johanna cerro los ojos, las lágrimas se escaparon de ellos y rápidamente inundaron su cara. Sintió desprecio de sí misma, por haberse enamorado de la herramienta menos afilada del cobertizo.