You can go directly to the English version by clicking 👉 HERE
La noche era oscura y tormentosa. El viento arremetía con fuerza, haciendo crujir las ramas y el follaje de los árboles. Un relámpago iluminó el cielo, seguido de un estruendoso trueno.
En medio de la tempestad, un hombre corría por el bosque, jadeando y tropezando. Llevaba una mochila en la espalda y una linterna en la mano. Miraba hacia atrás con terror, como si alguien o algo lo persiguiera.
— ¡Déjenme en paz! Gritaba el hombre, con voz desesperada. — ¡No les he hecho nada!
Pero nadie le respondía. Solo se oía el sonido de sus pasos, el viento y la lluvia.
Pasaron unos minutos, que le parecieron horas. El hombre empezó a hablar consigo mismo, en un monólogo angustiado.
— ¿Qué he hecho para merecer esto? Se preguntaba una y otra vez. — Solo quería escapar de la miseria, de la violencia, de la muerte. Solo quería una vida mejor, un futuro mejor. ¿Es eso un crimen?
Él era un empleado de una empresa farmacéutica, que había desarrollado una vacuna contra una enfermedad mortal. La vacuna era un éxito, pero también un secreto. La empresa quería venderla al mejor postor, sin importarle el sufrimiento de la gente.
El hombre no estaba de acuerdo con esa política. Creía que la vacuna debía ser accesible para todos, especialmente para los más pobres y necesitados. Por eso, había robado una muestra de la vacuna y había huido de la empresa, con la intención de entregarla a una organización humanitaria.
Pero la empresa se había enterado de su traición. Había enviado a unos mercenarios para capturarlo y recuperar la vacuna. Logrado escapar de sus acechores, no por mucho tiempo. Lo habían seguido hasta el bosque, donde le habían acorralado.
— ¡No puedo rendirme! Se decía el hombre. — Tengo que seguir adelante, tengo que llegar al centro hospitalario más cercano, tengo que entregar la vacuna. Es mi deber, es mi misión, es mi esperanza.
Sabía que tenía que arriesgarse. Tenía que salir de la cabaña, tenía que llegar al coche, tenía que pedir ayuda. Tal vez era su última oportunidad.
El hombre abrió la puerta y salió corriendo. La lluvia caía con a cántaros, empapándolo. El viento le azotaba la cara, dificultándole la visión. El trueno retumbaba en sus oídos, aturdiéndolo.
— ¡Auxilio! Gritó, con voz desgarrada. — ¡Por favor, ayúdenme! Todo se apagó...
El pasillo del hospital estaba silencioso y oscuro. Solo se oía el zumbido de las luces fluorescentes y el goteo de algún grifo. Nadie caminaba por allí, nadie entraba ni salía de las habitaciones. El hospital estaba vacío, abandonado, olvidado, desertico.
En una de las habitaciones, había una cama con un paciente conectado a varios tubos y cables. Era un hombre joven, de unos treinta años, con el pelo castaño y la piel pálida. Tenía los ojos cerrados y el pecho apenas se movía. Estaba en coma, desde hacía cinco años.
En su muñeca un brazalete que decía el nombre Samuel. En el manifiesto clínico al pie de la cama se podía leer que el paciente se encontraba en ese estado a causa de un disparo en el cráneo. Los médicos habían dicho que no había esperanza, que nunca despertaría, que era mejor desconectarlo. Pero su familia se había negado, y había pagado una fortuna para mantenerlo con vida, aislado y bajo seguridad.
Hace exactamente tres años, el hospital fue asaltado por unos individuos, que nunca se supo qué buscaban. Entraron a la fuerza, armados y violentos. No les importó la vida de los pocos pacientes que quedaban, ni la de los escasos empleados que los cuidaban. Los mataron a todos, sin piedad.
Solo Samuel se salvó, por pura casualidad. Los malhechores no entraron en su habitación, quizás porque no vieron la luz, o porque pensaron que estaba muerto. Así que Samuel quedó solo, en medio de la masacre, sin nadie que lo protegiera, ni que lo ayudara.
Pasaron los días, y nadie vino a rescatarlo. Nadie sabía lo que había pasado, nadie se preocupaba por él. El hospital quedó en el olvido, como un lugar maldito.
Pero Samuel no estaba muerto. Estaba en coma, su mente seguía activa. Soñaba, recordaba, pensaba. No sabía lo que había ocurrido, ni dónde estaba, ni por qué. Solo sabía que estaba solo, y que quería vivir.
Un día, algo cambió. Samuel sintió una sensación extraña, como un cosquilleo en su cuerpo. Abrió los ojos, y vio el techo blanco. Se sorprendió, y trató de moverse. Pero no pudo. Estaba atado a la cama, por los tubos y los cables. Intentó hablar, pero no pudo. Estaba mudo, por la traqueotomía.
Samuel se asustó, y empezó a entrar en pánico. No entendía lo que le pasaba, ni lo que veía. Quería salir de allí, quería pedir ayuda, quería vivir. Empezó a hablar consigo mismo, en un monólogo desesperado.
— ¿Qué es esto? - se preguntó. — ¿Dónde estoy? ¿Qué me han hecho? ¿Por qué estoy así?
Recordó su vida, antes de la herida mortal. Recordó su trabajo, sus amigos, su familia. Pensó en su esposa, Laura, la mujer de su vida. Recordó el día que le pidió matrimonio, y el día cuando nació su hermosa hija Sofía.
— ¿Dónde está Sofía?, se preguntó. — ¿Estará bien? - ¡Laura! ¿Me espera? ¿Me extraña?
Lloró, sin lágrimas. Gritó, sin voz. Sufrió, sin consuelo.
Pasaron las horas, y nadie vino. Samuel se sintió solo, abandonado, olvidado. Pero entonces, vio algo. Algo que le llamó la atención, que le dio esperanza. Vio una luz, al final del pasillo. Una luz que entraba por una ventana. Una luz que se movía, como si fuera un coche.
— ¿Qué es eso? - ¿Será alguien? ¿Será mi Laura?
Samuel sintió una chispa de ilusión, y trató de llamar la atención. Hizo el mayor esfuerzo posible, y movió un dedo. Luego, otro. Luego, la mano. Luego, el brazo.
— ¡Eh! Intentó decir. — ¡Aquí estoy! ¡Ayúdenme!
Pero nadie lo oyó. Nadie lo vio. Nadie se acercó.
La luz se desvaneció, y el pasillo quedó en la oscuridad. Samuel se quedó solo, otra vez. Pero no se rindió. Siguió moviendo el brazo, con más fuerza. Logró soltar uno de los cables, y luego otro. Luego, tiró de los tubos, y los arrancó. Sintió un dolor inmenso, pero también una liberación.
Se incorporó en la cama, y miró a su alrededor. Vio la sangre, los cadáveres, el horror. Se atormentó, y sintió náuseas.
— ¿Qué ha pasado aquí? Se preguntó. — ¿Quiénes son estos? ¿Qué les han hecho?
No lo sabía, no recordaba. Solo quería salir de allí, cuanto antes.
Se bajó de la cama, y se puso de pie. Estaba débil, y mareado. Se tambaleó, y se apoyó en la pared. Caminó hacia la puerta, y la abrió. Salió al pasillo, y miró a ambos lados. No vio a nadie. A su derecha, un grifo que goteaba y junto al pedestal una camilla vacía. El silencio lo atormentaba. El sol entraba por la ventana allá al fondo, al otro lado del pasillo.
— ¿Hay alguien? Gritó. — ¿Me escucha alguien?
Nadie respondió. Nadie lo escuchó..., lo ayudó.
Samuel se sintió solo, y asustado. Pero también decidido, y valiente. Siguió caminando, hacia la luz. Hacia la ventana. Hacia la vida.
Llegó al final del pasillo, y se asomó por la ventana. Vio el cielo, las nubes, el sol. Vio el mundo apagado, escena típica de desolación, de muerte…
— ¡Estoy vivo! Exclamó. — ¡He despertado! Se alegró, y sonrió. Se emocionó, y lloró. Vivo, con un hondo vacío en su interior.
Pero entonces, oyó un ruido. Un ruido que le heló la sangre. Un ruido que le quitó la esperanza. Oyó un disparo. Un disparo que venía de atrás.
¡Bang!
Samuel se giró, y vio una silueta blanca. Un hombre que llevaba una especie de traje espacial, y una pistola. Un hombre que lo miraba.
— ¿Quién eres? Preguntó Samuel, con miedo.
El hombre no respondió. Solo apretó el gatillo, y disparó una y otra vez.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Samuel cayó al vacío hacia afuera de la ventana, en su vertiginoso descenso recordó la empresa para la cual trabajaba y la muestra de la vacuna que nunca pudo entregar. Entendió que el mundo cómo lo recordaba hace años había desaparecido.
Instantes antes de tocar piso, una potente luz lo envolvió. Su cuerpo se estrelló sin vida contra la cera donde se hallaban otros cuerpos en estado de descomposición. El cadáver de Samuel pasó a ser parte de ese escenario apocalíptico.
Bienvenido todos a esta, mi participación de la semana en el TopFiveFamily, si es de tu agrado participar, aún estás a tiempo, este es el enlace Observa->Piensa->Escribe. Recuerda cumplir las reglas…
CRÉDITOS:
Imagen:
Títulos: CoolText
Dedicado a todos aquellos escribas que contribuyen, día a día, a hacer de nuestro planeta, un mundo mejor.
CAMPAÑA: Dile NO al uso de la IA en HIVE.
The night was dark and stormy. The wind was blowing hard, rustling the branches of the trees. A flash of lightning lit up the sky, followed by a rumble of thunder.
In the midst of the storm, a man was running through the forest, panting and stumbling. He was carrying a rucksack on his back and a torch in his hand. He looked back in terror, as if someone or something was chasing him.
— Leave me alone! The man shouted, in a desperate voice. — I haven't done anything to you!
But no one answered him. Only the sound of his footsteps, the wind, and the rain could be heard.
A few minutes passed, which seemed like hours. The man began to talk to himself, in an anguished monologue.
— What have I done to deserve this? He asked himself over and over again. — I just wanted to escape the misery, the violence, the death. I just wanted a better life, a better future. Is that a crime?
He was aware of how he had come to this situation. He was an employee of a pharmaceutical company, which had developed a vaccine against a deadly disease. The vaccine was a success, but also a secret. The company wanted to sell it to the highest bidder, regardless of people's suffering.
The man did not agree with this policy. He believed that the vaccine should be accessible to all, especially the poorest and most needy. So he had stolen a sample of the vaccine and fled the company, intending to give it to a humanitarian organisation.
But the company had learned of his treachery. It had sent mercenaries to capture him and recover the vaccine. The man had managed to escape them, but not for long. They had followed him into the forest, where they had cornered him.
— I can't give up. The man said to himself. — I have to keep going, I have to get to the nearest hospital, I have to deliver the vaccine. It is my duty, it is my mission, it is my hope.
He knew he had to take the risk. He had to get out of the cabin, he had to get to the car, he had to call for help. Maybe it was his last chance.
The man opened the door and ran out. The rain was pouring down, soaking him. The wind whipped at his face, making it hard to see. Thunder rumbled in his ears, dazing him.
— Help! The man shouted, his voice wrenching. — Please help me! Everything went out…
The hospital corridor was silent and dark. Only the buzzing of fluorescent lights and the dripping of a tap could be heard. No one was walking around, no one was entering or leaving the rooms. The hospital was empty, abandoned, forgotten.
In one of the rooms, there was a bed with a patient connected to several tubes and wires. He was a young man, in his thirties, with brown hair and pale skin. His eyes were closed and his chest barely moved. He had been in a coma for five years.
On his wrist was a bracelet bearing the name Samuel. The clinical manifest at the foot of the bed read that the patient was in this state because of a gunshot wound to the skull. The doctors had said that there was no hope, that he would never wake up, that it was better to pull the plug. But his family had refused, and had paid a fortune to keep him alive, in that isolated, private hospital.
Exactly three years ago, the hospital was raided by individuals, and it was never known what they were after. They broke in, armed and violent. They did not care about the lives of the few remaining patients, or the few staff who cared for them. Furthermore, they killed them all, without mercy.
Only Samuel was spared, by pure chance. The evildoers did not enter his room, perhaps because they did not see the light, or because they thought he was dead. So Samuel was left alone, in the middle of the massacre, with no one to protect him, no one to help him.
Days went by, and no one came to his rescue. No one knew what had happened, no one cared about him. The hospital was forgotten, like a cursed place.
But Samuel was not dead. He was in a coma, his mind was still active. He was dreaming, remembering, thinking. Likewise, he didn't know what had happened, or where he was, or why. He only knew that he was alone, and that he wanted to live.
One day, something changed. Samuel felt a strange sensation, like a tingling in his body. He opened his eyes, and saw the white ceiling. He was surprised, and tried to move. But he couldn't. He was tied to the bed, by the tubes and wires. He tried to speak, but he couldn't. Furthermore, he was mute, because of the tracheotomy.
Samuel became frightened, and started to panic. He didn't understand what was happening to him, or what he was seeing. He wanted to get out of there, he wanted to ask for help, he wanted to live. Not only that, but he started talking to himself in a desperate monologue.
— What is this? He asked himself. — Where am I? What have they done to me? Why am I like this?
He remembered his life, before the mortal wound. He remembered his work, his friends, his family. Likewise, he thought of his wife, Laura, the woman of his life. He remembered the day he asked her to marry him, and the day his beautiful daughter Sofia was born.
— Where is Sofia, he wondered. — Will she be all right? — Laura! Is she waiting for me? Does she miss me?
He cried, without tears. He cried, voiceless. He suffered, without consolation.
Hours passed, and no one came. Samuel felt alone, abandoned, forgotten. But then, he saw something. Something that caught his attention, that gave him hope. He saw a light, at the end of the corridor. A light coming through a window. A light that moved, as if it were a car.
— What is it? — Could it be someone? Could it be my Laura?
Samuel felt a spark of illusion, and tried to attract attention. He tried as hard as he could, and wagged a finger. Then another. Then his hand. Then his arm.
— Hey, He tried to say. — Here I am! Help me!
But nobody heard it. Nobody saw it. No one came near.
The light faded, and the corridor was in darkness. Samuel was alone, again. But he didn't give up. He kept swinging his arm, harder. He managed to pull one of the wires loose, and then another. Then he pulled on the tubes, and ripped them out. He felt immense pain, but also a release.
He sat up in bed and looked around him. Likewise, he saw the blood, the corpses, the horror. Furthermore, he was tormented, and felt nauseous. He vomited, and coughed.
— What happened here? He asked himself. — Who are these people? What have they done to them?
He didn't know, he didn't remember. He just wanted to get out of there, as soon as possible.
Get out of bed, and stand up. He was weak, and dizzy. He staggered, and leaned against the wall. Not only that, but he walked to the door, and opened it. Furthermore, he stepped out into the hallway, and looked both ways. Besides, he saw no one. To his right, a dripping tap and next to the pedestal an empty stretcher. Silence haunted him. The sun was streaming through the window at the far end of the corridor.
— Is anyone there? Ge asked. — Can anyone hear me?
No one answered. No one heard him…, helped him.
Samuel felt alone, and scared. But also determined, and brave. He kept walking, towards the light. Towards the window. Towards life.
He reached the end of the corridor, and looked out of the window. He saw the sky, the clouds, the sun. And he saw the world turned off, a typical scene of desolation, of death…
— I am alive! - he exclaimed. — I've woken up! He rejoiced, and smiled. He was moved, and wept. Alive, with a deep emptiness inside him.
But then, he heard a noise. A noise that chilled his blood. A noise that took away his hope. He heard a gunshot. A shot coming from behind him.
Bang!
Samuel turned, and saw a white silhouette. A man wearing some kind of space suit, and a gun. A man looking at him.
— Who are you? Samuel asked, in fear.
The man didn't answer. He just pulled the trigger, and fired again and again.
Bang! Bang! Bang! Bang!
Samuel fell out of the window, in his dizzying descent he remembered the company he worked for and the sample of the vaccine he was never able to deliver. He understood that the world as he remembered it years ago was gone.
Moments before he hit the ground, a powerful light engulfed him. His body crashed lifelessly into the wax where other decomposing bodies lay. Samuel's corpse became part of the apocalyptic scenario.
Welcome everyone to this, my participation of the week in the TopFiveFamily, if you would like to participate, you are still on time, this is the link Watch->Think->Write. Remember to abide by the rules…
Dedicated to all those writers who contribute, day by day, to make our planet a better world.
CAMPAIGN: Say NO to the use of AI in HIVE.
Dedicated to all those writers who contribute, day by day, to make our planet a better world.