Yemayá salió de las aguas y decidió mezclarse entre los hombres. Su objetivo era descubrir por qué el ser humano tenía el poder destructivo y estaba afectando la vida acuática.

Caminó por las calles de sus ciudades y pudo experimentar varias personalidades de las que conforman a la deidad del agua. Cuando vio unos vagabundos pidiendo comida, Yemayá Konlá, que vive en la espuma del mar, se hizo presente y les dio de comer. Al ver a una madre besando la mejilla de su bebé, Yemayá Okutéla de los arrecifes se enterneció.

Siguió caminando y se encontró un sujeto lanzando basura por la ventanilla de su automóvil, entonces la furia de Yemayá Olokun, quien habita en las profundidades del océano, se hizo presente y le dio una lección al imprudente.

Se sintió triste por ver que los humanos no tenían conocimiento del daño que hacen a la tierra y al agua. Se sintió herida al ver los ríos que fueron contaminados y a las especies que fueron perjudicadas.

Una lágrima rodó por las mejillas del cuerpo humano que lucía la Diosa de las aguas. Cuando las lágrimas tocaron el suelo, todo se encendió con un resplandor en colores neón.

La Diosa se convirtió en agua y volvió a los océanos para estar atenta, siempre en guardia, protegiendo la vida acuática. En su corazón piadoso sigue levantando plegarias a los dioses para que los humanos recapaciten y aprendan a cuidar la tierra, su único hogar.