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Había una vez, en un mundo de fantasía llamado Nihon, un joven pícaro llamado Kaito. Kaito era muy hábil con las manos y podía abrir cualquier cerradura, desarmar cualquier trampa y robar cualquier cosa que se le antojara. Le gustaba presumir de sus hazañas y burlarse de los guardias que intentaban atraparlo.
Un día, Kaito se enteró de que el palacio del emperador guardaba un tesoro muy valioso: el Dragón de Jade, una estatua de un dragón hecha de jade puro y adornada con joyas. Kaito se propuso robar el Dragón de Jade y demostrar que era el mejor ladrón de Nihon. Se infiltró en el palacio por la noche, evitando a los soldados y a los perros, y llegó a la sala del tesoro.
Allí vio el Dragón de Jade, resplandeciente bajo la luz de la luna. Era más grande y hermoso de lo que había imaginado. Kaito se acercó sigilosamente y extendió la mano para cogerlo. Pero en ese momento, el Dragón de Jade abrió los ojos y rugió. Kaito se quedó paralizado de miedo. El Dragón de Jade no era una estatua, sino un dragón de verdad, que custodiaba el tesoro del emperador.
¿Quién eres tú y qué pretendes? - preguntó el Dragón de Jade con voz atronadora.
Yo... yo soy Kaito, el mejor ladrón de Nihon - balbuceó Kaito.
¿Un ladrón? ¿Has venido a robar mi tesoro? - preguntó el Dragón de Jade con ira.
No, no, yo solo quería verlo, admirarlo, tocarlo... - mintió Kaito.
No mientas, muchacho. Puedo leer tu mente y sé que querías llevarte el Dragón de Jade. Eres un ladrón codicioso y deshonesto. Y por eso, vas a recibir tu merecido castigo - dijo el Dragón de Jade.
¿Qué castigo? - preguntó Kaito con temor.
Te voy a convertir en una estatua de jade, como yo. Así aprenderás a respetar el tesoro del emperador y a no robar nunca más - dijo el Dragón de Jade.
Y dicho esto, el Dragón de Jade sopló un aliento verde sobre Kaito, que sintió cómo su cuerpo se endurecía y se volvía de color verde. Kaito quiso gritar, pero no pudo. Se había convertido en una estatua de jade, igual que el Dragón de Jade.
El Dragón de Jade colocó la estatua de Kaito junto a él, y le dijo:
- Ahora eres parte de mi tesoro, y nadie podrá robarte. Quizás algún día, si te arrepientes de tu pecado y cambias tu corazón, pueda devolverte tu forma humana. Pero hasta entonces, permanecerás aquí, como un recordatorio de que robar es malo.
Y así fue como Kaito, el mejor ladrón de Nihon, se convirtió en el peor ladrón de Nihon, y aprendió la lección más dura de su vida.
