El mejor viaje de mi vida fue raramente un viaje de trabajo. Resultó que la empresa en la que laboraba quería abrir restaurantes de una famosa marca de pollo frito, y la franquicia se le otorgaría sólo si se enviaba un grupo para entrenar en uno de los países que tenía la mejor operativa regional, y la mayor cantidad de restaurantes a nivel de América del Sur.
Fui seleccionada para conformar un grupo de 7 personas que viajaría a Quito, Ecuador. La estancia duraría 3 meses, para no solicitar una visa especial. Yo ni siquiera tenía un pasaporte! Pero por suerte para mí, la magia sucedió y se me expidió el pasaporte a tiempo para viajar con el grupo.
El día del viaje fue una locura, el vuelo salía a las 23 y monedas, y yo no tenía dinero suficiente para el taxi, así que decidí salir temprano para poder ir en bus hasta el Aeropuerto. No sé si fue mi ángel de la guardia o el destino que debía cumplirse, pero abordé prácticamente el último bus que me acercaba a la estación aérea.
Tenía una racha de buena suerte indudablemente, ya que al bajar del bus, también bajó un trabajador del aeropuerto, que me ayudó con mi maleta, ya que debíamos caminar al menos 2 kilómetros desde la parada.
Al fin estaba en el aeropuerto, yo, que nunca antes había viajado más que en bus, y lo más lejos que había ido alguna vez fue de Asunción hasta Santiago de Chile. Los nervios estaban a flor de piel, porque algunos me advirtieron que podría sufrir mareos o náuseas por causa del despegue.
Lo cierto es que la sensación de despegar en avión fue de tanta adrenalina, que lo hubiera repetido mil veces. Me fascinó esa sensación intensa que no la puedo describir con palabras. Tuve suerte porque el vuelo más económico que encontró la empresa era uno que hacía escala en Ciudad de Panamá, y de allí debíamos abordar otro avión para dirigirnos a Quito.
Llegamos a Panamá con las primeras luces del amanecer, y pudimos ver desde lo alto, la ciudad tan pequeñita que parecía una maqueta. La sensación de ver nubes a la misma altura de ellas es casi como volar con la imaginación.
Luego de varias horas de espera, abordamos el vuelo que nos llevaría a destino. ¿Se han enamorado alguna vez del país que visitaron? Pues lo mío con Ecuador fue amor a primera vista, y no fue nada pasajero, hoy, 10 años después de ese viaje de 3 meses, aún sigo amando y soñando con volver a Ecuador, aunque sea una vez más.