Hola, querido hiver.
Todos los días amanece. Aunque no lleguemos a ver el sol sabemos que está ahí, irradiando su luz y calor a millones de kilómetros al otro lado de las nubes.
Algo similar ocurre con nuestro espíritu, alma o esencia, como gustes denominarlo. La vorágine de la vida moderna nos empuja de modo que nos olvidamos de honrarlo y cuidarlo como lo más íntimo y que solo a nosotros pertenece.
Tratamos de dar gusto a otros cuando a veces descubrimos que ni nos tenían en cuenta. Nos decepcionamos porque corremos detrás de unas expectativas que cuando no se ven satisfechas nos sumen en culpas o arrepentimientos. Ponemos nuestra valía en manos ajenas, mendigando su aprobación. Saltando como un perrito ante una mínima caricia aún sabiendo que antes o después nos darán la patada.
Por otro lado corremos el riesgo de alcanzar el extremo opuesto, el de la soberbia o creernos por encima de los demás. Tampoco esto es sano porque esa esencia íntima sabe que no somos así. Puede que por un tiempo todo vaya rodado, lo que potencia que nos sintamos poco menos que invencibles. Pero en cuanto ese ídolo con pies de barro recibe la suficiente humedad sus cimientos se socavan y cae rompiéndose en mil pedazos.
Qué difícil es encontrar el necesario equilibrio. Caminamos en una cuerda floja constante y la pértiga no es suficiente. Entre la sumisión o la dominancia, el castigo o la culpa, la ira o la desesperanza. Sin dejar de sentir porque somos pura emoción pero evitando que nos arrastre y nos haga desgraciados.
Sigo esforzándome en la búsqueda de ese lugar en el que sufrir no otorga méritos ni reproches. Donde la paz en el espíritu sea capaz de cabalgar sobre las olas de la adversidad disfrutando del viaje. Donde la vida merece la pena ser vivida.
Hasta la próxima publicación. Mientras tanto, ¡cuídate!
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©️Copyright 2024 Paloma Peña Pérez. Todos los derechos reservados.
Hi, dear hiver.
Every day the sun rises. Even if we don't get to see the sun, we know it is there, radiating its light and warmth millions of kilometres away on the other side of the clouds.
Something similar happens with our spirit, soul or essence, whatever you like to call it. The vortex of modern life pushes us in such a way that we forget to honour and care for it as the most intimate thing that belongs to us alone.
We try to please others when sometimes we discover that we were not even considered. We disappoint ourselves because we run after expectations that, when they are not fulfilled, lead to guilt and regret. We put our worth in the hands of others, begging for their approval. We jump like a puppy at the slightest caress, even though we know that sooner or later we will be kicked.
On the other hand, we run the risk of reaching the opposite extreme, that of arrogance or believing ourselves to be above others. This is not healthy either, because that inner essence knows that we are not like that. It may be that for a while everything goes smoothly, which makes us feel almost invincible. But as soon as this clay-footed idol receives sufficient moisture, its foundations are undermined and it falls into a thousand pieces.
How difficult it is to find the necessary balance. We walk a constant tightrope and the pole is not enough. Between submission or dominance, punishment or guilt, anger or despair. Without ceasing to feel because we are pure emotion but without letting it drag us down and make us unhappy.
I continue to strive in the search for that place where suffering does not bring merit or reproach. Where peace of mind is able to ride the waves of adversity and enjoy the journey. Where life is worth living.
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