Eran las al rededor de las nueve de la mañana, cuando llegué a la cita médica. Ruth, una gran amiga y compañera de trabajo, me acompañó, ya que ella estaba muy preocupada por mí, ya que ella estaba en la charla de trabajo que yo estaba dando, cuando me dio un mareo, náuseas y luego un fuerte dolor de cabeza.

Cuando me sentí mal ese día, vi cómo perdí la capacidad visual, antes de tratar de agarrarme del atril donde estaba parado, frente a los trabajadores. Sin embargo, no tuve fuerzas, ni equilibrio para sostenerme y terminé en el piso. Aunque no estoy seguro, creo que me desmayé por unos instantes.

Pero si recuerdo, que estaba acostado en el piso, y sentía el frío del granito, recorriendo mi cuerpo, también recuerdo mucho que, cuando abrí los ojos, vi la cara de miedo de Ruth y de otros compañeros de trabajo. En ese momento, me dieron agua con azúcar, después un par de caramelos de menta. Y comencé a recuperarme.

Recuerdo mucho, que todos decían que mi situación de salud en ese momento, se debía a una bajada de azúcar, otros decían que se debía a la tensión. Pero todos los presentes, desde mi jefe inmediato, hasta los trabajadores que estaban bajo mi cargo, decían, que fuese lo que fuese lo que me había dado, se había complicado gracias al estrés y al cansancio acumulado.

En ese momento, yo trabajaba en un ministerio, estaba coordinando tres parroquias de la ciudad, tenía ciento cinco personas a mi cargo, usaba dos celulares, recibía un promedio de 40 a 50 llamadas relacionadas con el trabajo, de manera diaria. Además, tenía que estar asistiendo a reuniones, organizar y coordinar actividades culturales, foros, cines comunitarios y otras actividades culturales en las parroquias y en las instituciones de esas parroquias. Trabajaba unas 14 a 16 horas diarias, además comía en la calle las tres comidas, fumaba y, normalmente, trabajaba todos los fines de semana, tomando solo un domingo, cada 15 días.

Recuerdo que el día que fui al médico, Ruth se presentó en mi casa a las 6 de la mañana, y me llevó como a un bebé a hacerme los exámenes de sangre en la clínica, y luego fuimos a desayunar al cafetín de la clínica. Teníamos que esperar un par de horas, para que ser atendidos en el consultorio.
—Rodrigo, deberías de delegar funciones, no puedes asumir todo tú solo — me comentó Ruth.

—Yo estoy acostumbrado a hacer todo. Además, es la única forma de asegurarme de que las cosas salgan bien, es decir, supervisando personalmente. —contesté.

—También hay otras formas de dirigir y ser eficiente. — insistió Ruth.

En esa época, yo tenía una visión muy sesgada, me creía el dueño de la verdad, y me sentía como el único capaz de coordinar y hacer las cosas bien. Es decir, tenía un problema de ego enorme, y por experiencias laborales anteriores, asumía que la dirección, era estar conduciendo todo el tiempo, todos los procesos y las actividades de los trabajadores.

Sin embargo, cuando fui a la segunda cita con la doctora, una vez que ella tenía los exámenes médicos en la mano, vi la magnitud del problema, que me estaba generando mi forma de vida y mi actitud en el trabajo.

—Dígame, doctora, cómo está mi salud. Llevo 2 días de reposo, y aunque he tenido algunos mareos y me ha dado náuseas un par de veces, me siento bien para ir a trabajar. — Comenté.

—Te diré, que tu salud está muy, pero muy mal. Tienes varios problemas, y cada uno se irá haciendo más complicado, si no te cuidas. Comienzo a decirte lo que tienes, lo primero, es que tienes problemas graves de tensión. Te convertiste en una persona hipertensa, en muy poco tiempo, según el informe del médico laboral.

Tienes el hígado inflamado, por eso el problema que tienes de los reflujos y la acidez constante, por eso te dan gases y náuseas, cuando comes con mucha grasa y cierto tipo de alimentos.
Tienes el colesterol y los triglicéridos por los cielos, además de eso, estás fumando demasiado y tienes sobrepeso. Además, a todo eso, hay que sumarle las altas cargas de estrés que tienes a diario.
Si sigues así, con ese estilo de vida, te doy menos de tres meses para que te dé un paro cardíaco. Espero que entiendas que te estás matando. — Me dijo la doctora.

Al salir del consultorio, fui a la farmacia a comprar la enorme cantidad de medicamentos que me envió la doctora. Pero realmente no le hice mucho caso, y seguí haciendo las cosas como creía que debía hacerlo. Y al mes terminé de nuevo en el médico, pero ahora, con un problema pulmonar sumado a la situación anterior.

En ese momento, me di cuenta de que estaba haciendo todo mal, y como dice el refrán: “Estaba orinando en el árbol equivocado”. Así que tuve que aprender a hacer las cosas diferentes, aprendí a delegar funciones, deje de ser el jefe y la persona que estaba en todos lados, dejé el cigarrillo, comencé a hacer dieta y ejercicios, y empecé a mejorar mucho mi vida, mi carácter y mi salud.

El haber hecho esos cambios, me ayudó a mejorar las relaciones con los compañeros de trabajo, con los amigos, con la familia y conmigo mismo. Y de verdad me hubiese gustado darme cuenta de que “Estaba orinando en el árbol equivocado”, mucho antes, para lograr la calidad de vida, que obtuve con esos cambios personales, antes de enfermarme, por mi visión equivocada en el ámbito laboral.

Gracias por leerme.