Cuando yo, estaba empezando a trabajar en el ministerio, siempre llegaba temprano y compartía con los nuevos compañeros, para ir conociéndonos y a su vez ir adaptándome, más cómodamente, al nuevo ambiente de trabajo. Normalmente, los trabajadores del área, nos reuníamos en la terraza, ahí tomábamos café y conversábamos en las mesas de la cafetería.

En esos encuentros matutinos, yo veía que había grupos de personas que se reunían, es decir, aunque todo el mundo se trataba y se saludaba con cariño, se habían formado grupos cerrados de amigos, que siempre se sentaban y compartían juntos. Y en esos grupos, ocasionalmente, ingresaba una persona que compartía con ellos, sin ser un miembro permanente.

Yo era una de esas personas, que compartía con todos los grupos. Un día me sentaba con un grupo, otro día con otro, y así iba conociendo a todos los miembros del área de comunicación. Y una situación interesante, es que entre los diferentes grupos, había uno que era diferente. En ese grupo, solo había dos mujeres, y casi nadie hablaba con ellas.

Además, en el trabajo, casi nadie se comunicaba con ellas, solo las trataban con cercanía y algo de confianza, los demás trabajadores, cuando estábamos en áreas lejanas a la oficina. Pero dentro de las instalaciones del ministerio, ellas eran una suerte de personas tabú, con las que nadie quería tener contacto abiertamente.

—Buenos días, muchachas, puedo sentarme con ustedes, soy nuevo en el ministerio, y quiero conocer a todos los compañeros del área de comunicación. Mi nombre es Rodrigo. —Le comenté a las dos compañeras que estaban sentadas en la mesa.

—Sí, claro, puedes sentarte con nosotras, yo soy Marta y ella es Daniela. — me contestó Marta.

Esa mañana, es café y la conversación con las muchachas fue muy agradable, y de verdad me sentí muy cómodo conversando y compartiendo con ellas. Ellas son personas agradables, alegres, y por lo que vi y conversamos, tienen una buena cultura general, y a ambas les gusta el ajedrez. Y también pienso que les caí muy bien a ellas.

Pero, cuando estaba sentado con ellas en la mesa, si pude ver que el resto de los compañeros, nos miraba de manera constante. Y también miraban a la mesa, donde se sentaban, el gerente del área, el coordinador y el supervisor.

Después del agradable encuentro matutino, todos ingresamos a nuestra área de trabajo. Más o menos a media mañana, el coordinador me pidió que fuese a su oficina. Al levantarme de mi escritorio para ir a ver al coordinador, todo el mundo volteó a verme. Y cuando pasé frente al escritorio de Marta, ella me sonrió, pero había algo de tristeza en su cara.

—Buenos días, señor Hernández. Aquí estoy, dígame en qué puedo ayudarle. — dije al tocar la puerta de su oficina.

—Pasa y siéntate, Rodrigo. ¿Cómo te va en el trabajo? — comentó para iniciar la conversación.

El coordinador, era un militar activo del ejército. Y tenía la mala maña, de tratar a los trabajadores como si fueran militares. Además, había unos trabajadores, que eran unos lamebotas, y llamaban al señor Hernández “Mi Capitán”, por lo que él se sentía como si estuviese en el ejército, al mando de un grupo de soldados.

Y esa situación de colocar militares activos, en puestos de dirección, es algo que viene pasando en el país desde que se iniciaron los cambios políticos con Chávez, lo que me parece una muy mala práctica. Ya que en lo personal pienso, que los militares deben estar en sus cuarteles y los civiles en su ambiente natural.

—Me va muy bien en el trabajo. Y además, estoy conociendo a todo el personal del área. —contesté.

—Vi que te sentaste a desayunar con esas mujeres, Marta y Daniela. — sí, me senté a tomar un café con ellas y me parecen personas muy agradables.

—No son nada agradables. Son contrarrevolucionarias. Ellas se negaron a marchar cuando se les ordenó, y la única razón por la que ambas siguen aquí, es porque la ley no me permite despedirlas. Pero di la orden, de que ningún trabajador, se siente o hable con ellas. Se entendió. — Me dijo, Hernández, con voz autoritaria.

—En principio, dos cosas, señor Hernández. A mí nadie me dice a quién debo tratar, con quién hablo, o cómo debo actuar con una persona; esa es una decisión personal. Y si me provoca, sentarme a tomar café con Marta y Daniela, o con cualquier otra persona, lo hago, y no tengo que darle explicaciones a nadie por eso.
Lo segundo, es que yo no voy a marchas, ni hago proselitismo político, ya que soy un profesional y vine al ministerio a trabajar y no para hacer política. La política y las marchas, las hacen los partidos políticos y sus seguidores. —contesté de manera firme.

—Así que tú también eres alzado y te niegas a recibir órdenes. Aquí se hace lo que yo digo y cuando yo digo. A mí se me rinde pleitesía por mi rango. Y a partir de ahora, me dice “Mi Capitán”. — Gritó con fuerza Hernández.

—Compañero, usted se equivocó y bien equivocado. Primero, yo no le rindo pleitesía a nadie. Segundo, usted no es mi capitán, ya que yo no lo he comprado. Tercero, si usted quiere que le llame capitán, primero tendrá que empezar a dirigirse a mí, como Licenciado López. Cuarto, las únicas órdenes que yo recibo de alguna autoridad en este ministerio, son en lo referente a mi trabajo en el área de comunicación, de la cual usted no sabe nada, y para eso está un supervisor en el área. Y quinto, si trata de hacer algún acoso o maltrato laboral, lo denunciaré en el ministerio del trabajo y en el Instituto Nacional de Prevención, Salud y Seguridad Laborales. —contesté con voz firme y retadora.

—Salga de mi oficina de inmediato. — Gritó de manera histérica mientras me retiraba.

A partir de ese día, éramos tres personas, las que nos sentábamos aparte de todo el mundo. Sin embargo, yo, al llegar, cada mañana, pasaba por los diferentes grupos, saludando y dando los buenos días, incluyendo la mesa donde se sentaba el equipo de dirección.

Después de unos días, Marta y Daniela, comenzaron a hacer lo mismo. Y eso provocó un acercamiento con los compañeros, que si es cierto se mantenían doblegados ante la disposición de exclusión impuesta por el coordinador militar, ahora se mostraban más amables y accesibles conmigo y las muchachas.

Esta situación de maltrato y exclusión, la cual era bastante incómoda, se acabó cuando, en una fiesta laboral, se le salieron los esqueletos del armario al capitán. La situación se dio, cuando el señor Hernández, estando bastante borracho, salió de la reunión a la terraza para fumar, con uno de los asistentes. Y ellos se pusieron a caminar hasta la parte de atrás de la terraza, donde no se les podía ver, ya que no había visibilidad hacia el área, y además estaban las máquinas de los aires acondicionados.

Y ahí, el señor capitán Hernández, se abrazó y se dio un beso con su asistente, un muchacho bastante joven, llamado Mauricio. Pero no se dieron cuenta de que, al besarse, lo hicieron delante de Daniela. La cual les tomó una foto con su celular.

Como a las tres semanas de la fiesta, hubo una convocatoria a una marcha. Y el señor Hernández, convocó a todo el personal a través de una orden verbal. Y después, nos llamó a Marta, a Daniela y a mí, para una reunión en su oficina.
En la oficina nos amenazó, dijo que nos iba a amonestar, que nos iba a levantar expedientes y otra cantidad de amenazas y tonterías, si no asistíamos a la marcha.

Después de que Hernández, nos maltrató verbalmente y nos amenazó. Daniela tomó la palabra, le dijo qué ella sabía de su relación con su asistente y le comentó que, aunque ella no tenía nada en contra de los homosexuales, ella iba a mostrar la foto que tenía de él besándose con su asistente a todo el mundo, si seguí molestándonos y amenazándonos.

Daniela, le dijo que la foto estaba bien guardada en la red, y después, sacó su celular, le mostró la foto a Hernández, se la mostró a Marta y después me la mostró a mí. Yo me quedé callado y algo impresionado, ya que jamás me lo hubiese imaginado que al señor Hernández, que se la daba de macho y vernáculo, le gustaran los hombres. Marta, solo dijo: “Con razón, los ataques de histeria de este señor”.

Después de eso, nos retiramos los tres de la oficina, sin decir nada. Y para nuestra sorpresa, el día después de la marcha, nos enteramos de que el señor Hernández, había entregado su renuncia.

Me imagino que, a partir de ese momento, sentía un miedo terrible de que Daniela se molestara, y le sacara el esqueleto del armario, haciéndolo quedar en vergüenza delante de todo el mundo.

Así se acabó, la exclusión y el abuso, que había contra un grupo de personas, por prejuicios y acosos políticos.

Gracias por leerme.